Walter Bruni

Destino: Oeste; dirigiéndonos hacia Santiago de Compostela, recorriendo trayectos milenarios surcado por muchedumbres de peregrinos a lo largo de un camino de fe intimo silencioso y regenerador un trayecto también turbulento pero capaz de darme una felicidad plena, desbordante.

Después de tantos días todavía no sé descifrar la interminable vía que conduce a Santiago una vía que, poco a poco se ha transformado en la metáfora de la vida, un camino único, sorprendente que ha sabido regalarme un abanico de ambientes mágicos, raros percibidos intensamente día a día. Si el Camino fuera una canción sería así “Caminaré, caminaré en tu vía Señor. Dame la mano que quiero quedarme siempre junto a ti”. Si fuera la escritura me recordaría el Génesis, el momento en el cual por un soplo fecundo de Dios se origina la maravilla de lo creado.

Mochila a la espalda, salgo a la calle radiante en un magnífico amanecer de junio, alrededor mío la belleza se extiende para llenar el mundo, gradualmente descubro el paraíso aquí en la tierra; doy una ojeada hacia el este me doy cuenta que la noche ya no existe, solo el resplandor de la última estrella olvidada en el cielo. Percibo todo a mi alrededor un vacío silencioso, implacable, mientras una brisa ligera me roza las mejillas me invita a seguir en un camino difícil, silencioso solitario. Pasos agotadores escoltados por los latidos de mi corazón que galopa y tropieza.

Estoy subiendo hacia el paso de Roncesvalles, el que recuerda los conmovedores últimos momentos de vida de Orlando mientras saluda a España y encomienda su alma al Señor. Foto de ritual y abajo hacia el primer albergue de los peregrinos, ambiente de cuartel, botas y mochilas por todas partes, camas literas, cigüeñas nocturnas, zumbidos continuos, noches de desvelo.

Eskerrik asko, gracias a ti, tierra de Navarra que has sabido darme rincones mágicos en una naturaleza rica de contrastes, de Burguete a Pamplona que enloquece en el día de San Fermín. Al alto del Perdón en el cuál se cruza el camino de la estrella y del viento, a Puente la Reina donde todos los caminos se vuelven uno solo. En posos minutos el paisaje cambia muchas veces, convirtiéndose en una floresta exuberante, alta montaña, llanura sin fin o verde colina pintada de ocre y del rojizo de las amapolas. Un sube y baja continuo, agotador hacia Estella, Sansol, Logroño centro de la Rioja y Santo Domingo de la Calzada con su singular gallinero gótico para recordar el milagro del santo.

Recorro solo los Montes de Oca, en la oscuridad de la noche, ayudado por la luz de batería de la frente en un silencio apenas roto por el ruido en el bosque por el gorjeo tímido de las aves del amanecer.

Supero la sierra de Atapuerca, cubierta de blancos gamones y alcanzo la lejana Burgos con su maravillosa catedral. De aquí comienza la meseta, un interminable manto verde en el corazón de Castilla. Marcha solitaria, sosegada, guiada por una Presencia exclusiva, desmesurada, atormentada, un abrazo íntimo entre tú mismo, capaz de embellecer un día cualquiera y regalarme lágrimas de felicidad.

Todavía quedan etapas extraordinarias: de Hornillos a Hontanas, de Castrojeríz a Frómista, Sahagún, Reliegos y León hasta Astorga y Foncebadón. Llego hasta la Cruz de Ferro, donde los peregrinos dejan una piedra símbolo de la basura que ahoga a la humanidad y piden su conversión.

Ahora no quisieras de verdad acanzar la meta, estás en la cumbre de la felicidad, has creado una fractura con la cotidianidad y prosigues con ese paso y esa paz que te proyectan a otra dimensión. Bajo rápidamente a Molinaseca y Ponferradam antigua sede de los Templarios y paso las colinas del Bierzo para escalar durante el alto paso de O Cebreiro, en Galicia que se jacta de tener la iglesia dedicada a Santa María del siglo IX, la más antigua de todo el Camino.

Llego a Sarria junto para la pujante fiesta de San Xoan; hacia Portomarín un hito avisa que faltan solo 100km para la meta. Todavía Palas de Rei, Arzúa y después de una única etapa larga, en un insólito bosque de eucalipto que llena todo de un intenso aroma balsámico, me lleva al Monte do Gozo (Mons Gaudii) y la ciudad de Santiago.

Delante de la catedral en la plaza del Obradoiro me quedo atónito, encantado, la estatua del Santo, dentro de mi un silencio sólido como un muro de piedra, una lágrima perdida me baña la cara. Y después, mis labios murmuran un gracias imperceptible, vuela entre las columnas antiguas, roza los peregrinos cercanos, compañeros de camino, cansados pero satisfechos, alcanza la montaña, los caminos difíciles, acaricia las humildes flores y ese camino, largo difícil, capaz de innovar cualquier existencia.

 

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